Este
comentario, dedicado a Raül Romeva, con diéresis en la “u”, es un homenaje a su
brillante trayectoria. El eurodiputado saliente de ICV ha protagonizado
melonadas soberbias, pero lo mejor que se puede decir de él es que su desempeño
en la eurocámara ha mantenido una línea constante, sostenida, lo que denota
esfuerzo y tenacidad. Romeva no es el patán estridente al uso. Nada que ver con
alguno de los zafios especímenes que han figurado en esta galería. En sus modales
contenidos, en su melifluo y empalagoso tono de voz, en sus llamamientos
constantes a la paz y concordia universales, o en sus lentes de diseño de progre de manual, que compran todos los
dirigentes de ICV en la misma óptica, se aprecia un estilo aseado que puede
distraer al observador, si no anda avisado, de la atorrante bobería que esconde
el personaje.
Ante
Raül Romeva, nos quitamos el sombrero. Nacido en Madrid, pues los patanes, como
los bilbaínos, nacen donde quieren, no ha tenido suficiente con cultivar su
patanismo en clave doméstica y por esa razón marchó allende nuestras fronteras
para exponer sus gazmoñerías a escala continental. Romeva ha trascendido los
encorsetados márgenes de la patanería aborigen para ingresar en la casta
selecta del eurobotarate, reservada a
muy pocos. Recordaremos siempre, con nostalgia, el episodio sublime de su airada
protesta por el sobrevuelo de la comarca del Ripollés de un par de
caza-bombarderos del arma de Aviación. El interfecto puso el grito en el cielo.
Aquello fue, bramó Romeva, un acto de guerra que daba pie a la enésima invasión
española, esta vez celeste, del solar patrio. Tamaña provocación debía ser
condenada sin ambages por la UE, y el agresor, España, expulsado sin
miramientos de los foros internacionales.
Romeva responde al
prototipo de tonto útil del nacionalismo. Fiel a las consignas de su partido, aplaude
la quermés separatista promovida por CiU desde el poder regional. Antaño eran los
comunistas quienes reclutaban para su causa, con dolo, mentirijillas y la
excusa del pacifismo en la Europa de entreguerras, a intelectuales y artistas
célebres, a quienes Múnzenberg (*), el principal agitador al servicio de Stalin,
llamaba tontos útiles. Pero las cosas
han cambiado, y aquí y ahora son la gente de izquierdas los tontos útiles del
nacionalismo discriminador, y su coartada perfecta para publicitar la bondad y
transversalidad social de sus maniobras y proyectos excluyentes.
Raül
Romeva no repite eurolegislatura. Abandona
su acta de eurobotarate. Es la hora
del adiós y su marcha nos llena de consternación. Vendrán otros, es cosa segura,
que nos darán días de gloria. Pero… ¿Llenarán el hueco que el europatán-Romeva deja en nuestros atribulados corazones?
(*) Ver El fin de la inocencia, de Stephen Koch.
Tusquets Editores.
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