Los telepatanes Ángel Llácer, botarate de histrionismo desparramado, y Andreu Buenafuente, forman una dupla temible
al servicio del referéndum separatista. Ambos participan en un video
promocional de la ANC, o de Ódium (Ómnium)
Cultural, que lo mismo da, que da lo
mismo, en pro de la consulta de marras, y se complementan a las mil maravillas:
patán bueno/ patán malo. Integran esa extensa lista de
famosillos, periodistas, cantantes, actores y deportistas catalanes que no
tienen el menor empacho en decir una cosa en Madrid y la contraria en
Barcelona. Creen que lo que aquí se dice, aquí se queda y no se sabe allí.
Estos personajillos sospechan que si un día largaran lo mismo acá que allá, se
les caería la pilila a trozos o sufrirían los devastadores efectos de una
autocombustión espontánea, fulminante, y por eso tienen a la mano un doble
discurso regido por coordenadas geográficas bien delimitadas.
No son pocos
los nativos de la farándula que van a Madrid a trabajar en el mundo del cine, o
en las teleseries de los canales generalistas, y hacen gala de simpatía,
presumen de tener amigos en todas partes, son personas de amplios horizontes y
marcan cierta distancia con las obsesiones identitarias dominantes en Cataluña.
Es decir, van a ganar dinero a Madrid dejando en casa los ropajes del
esencialismo tribal por no parecer paletos o demasiado apegados al terruño. Pero
a la que regresan a casa y les ponen una alcachofa delante, se desviven por encajar
sin estridencias en el paisaje hegemónico, sin salirse del guión. Y en esas
tenemos a estos dos prodigiosos artistas del camuflaje.
Buenafuente
dice, muy serio, y, milagro, sin imitar por una vez a Chiquito de la Calzada, que
quiere una Cataluña valiente y digna
que pueda votar el 9N. Llácer, vehemente y enrabietado, que quiere las urnas el 9N aunque sea para
votar no. Aquí Llácer le gana a Buenafuente la partida del patanismo, todo
hay que decirlo, y deviene el tonto útil
por antonomasia, pero no porque mariposee por el plató berreando como un locuelo
desorejado, o lo que sea que hace en los programas casposos y gilipollas en los
que interviene, sino porque quienes nos oponemos a la verbena separatista, lo
último que haremos el día de autos es ir a votar, ni que sea que no, nulo o en
blanco. Pues cada voto emitido legitimaría esa consulta ilegal y disparatada.
Los
organizadores de la estafa quieren en el escrutinio entre un 15 y un 20 por
ciento de votos negativos para darle marchamo de autenticidad y que de ese modo
no parezca una votación a la búlgara con un 99’99% de síes. Por lo tanto, en
este supuesto, son más dañinos quienes, a resultas del reparto de papeles en la
función, piden el no, pero votando, que aquellos que piden el voto afirmativo,
el doble voto afirmativo, claro es, pues son dos, no una, las preguntas
elegidas. Algún zote despistado le hará caso a Llácer, morderá el anzuelo y
acabará plantándose ante una urna reciclable y subirá la participación una diezmilésima
de punto.
Es el síndrome
del AVE, o del puente aéreo: la estulticia de quita y pon. Llácer sigue la
senda trazada por Loquillo, que
devalúa su alias artístico y troca en Tontillo,
eso sí, de dos metros de estatura, pues también quiere ir a votar para decir
NO.